VIOLENCIA COMO FORMA DE COMUNICACIÓN POLÍTICA

Algunos acontecimientos recientes, entre ellos el intento de asesinato de Cristina Fernández en Argentina, deben ser estudiados a la luz de la Psicología de la Comunicación Política, entre otras áreas. Lo ocurrido no puede ser más evidente, una estrategia psicopolítica de sectores radicales que tiene uno de sus capítulos necesarios en la eliminación del otro o la otra. En efecto, desde hace muchas décadas (en América Latina lo saben bien) el odio y las armas han sido instrumentos agitados por los dispositivos de comunicación política.

Vladimir Carrillo Rozo, docente del programa en Psicología de la Comunicación Política de la Fundación UNED 

Los guiones seguidos por las tácticas políticas que tienen a la violencia entre sus presupuestos son bien conocidos, y han resultado muy comentados en la prensa durante los últimos días. Pueden comenzar por la fuerza de la repetición de historias donde se exalta el ánimo de los receptores a punta de emotivas noticias falsas acerca del adversario, recordemos que es la propia alteración del emisor (un actor al servicio de algún interés) la que se convierte en noticia, por el espectáculo que entraña.
Luego de lo anterior, el descontrol generado por la historia falsa en la base social desencadena simbolizaciones donde existe des-reconocimiento simbólico (algo de estudio fundamental en Psicología Política); es decir, representaciones o simulaciones donde la humanidad del adversario se ve degradada.
A su vez, lo anterior desencadena narrativas populares donde las formas de la justicia se reconvierten en catarsis. Aquí asistimos a una suerte de politización, donde grupos que teatralizan gestos histéricos en las tertulias instruyen sobre la pena esperada. En estos momentos es relativamente sencillo que comiencen a escucharse en las redes sociales bromas, lapsus de lenguaje y luego declaraciones donde se ruega la llegada de un patriota (¿Un patriota de dónde?) que imparta la nueva justicia popular.

Y, de nuevo, es la fuerza de la repetición la que puede originar la bala, puede ser un enajenado mental, un lobo solitario o una estructura criminal. La cuestión es que existen momentos donde la planeación de la acción viene a ser un deseo legitimado por aquellas narrativas de ficción (ficción de la realidad) infladas artificialmente desde los medios contrarios a quien pronto se convertirá en víctima.

No nos engañemos sobre lo siguiente: los estrategas en comunicación política que profundizan estos guiones conocen muy bien sus fragilidades, los peligros que desencadenan los juegos comunicativos de exaltación emocional. Es más, consumado el posible hecho violento, una parte de los que trazaron la historia donde se dio el señalamiento y el linchamiento simbólico pueden llegar a decir que todo se trata de un montaje para desviar o distraer la acción de la justicia.

La estructuración de un discurso de odio tiene uno de sus fuertes, naturalmente, en las organizaciones políticas. Pero existe otro de mayúscula relevancia en los medios de comunicación (hoy auténticos actores políticos) que actúan como caja de resonancia de esos pequeños dirigentes y tertulianos que edifican sus audiencias digitales en función del ruido y expresiones bárbaras que sean capaces de hacer. Volvamos a aclarar que estas estrategias de comunicación política no necesitan ni de la verdad, ni de los datos ni del sentido crítico para crear sus historias y encuadres.
Hoy diversos análisis parecen coincidir en que la derecha más radical se articula en movimientos, partidos y poderes económicos, pero también en todos los grandes dispositivos que permiten la comunicación, donde lo emotivo y ruidoso es dinero. Siendo así las cosas, el discurso del odio y el señalamiento (el ladrón de mi propio goce, en términos psicoanalíticos) está entre los recursos más rentables.
Tampoco parece caber duda de lo siguiente: una de las maneras en que las organizaciones o el espíritu crítico puede defenderse de las nebulosas deformadoras de la realidad que genera la violencia simbólica y física como forma de comunicación política, es mediante la construcción de conocimiento, apegándose a los datos y a las certezas demostradas. Y en el caso de los profesionales en comunicación, naturalmente, mediante instrumentos formativos que exploren esta clase de estrategias que avivan el odio para crecer en audiencias.