PSICOLOGÍA DE LA COMUNICACIÓN POLÍTICA
Si algo caracteriza a la conducta política es su angustiante volatilidad. La “masa votante” puede resultar conmovida, pero también caer en una suerte de indiferencia radical que normaliza lo antidemocrático o la decadencia político-ideológica. Vivimos tiempos donde una locura sutil se extiende por las calles y esquinas en las que transcurre nuestra cotidianidad.
De hecho, no dejamos de asistir a “victorias” de los poderes comunicacionales, tan sospechosamente alineados con posicionamientos reaccionarios, cuando el lenguaje cotidiano se ve inundado de máximas con aspiración al estatus de sabiduría popular: todos los políticos son iguales, todos llegan a robar, etc.
De hecho, no dejamos de asistir a “victorias” de los poderes comunicacionales, tan sospechosamente alineados con posicionamientos reaccionarios, cuando el lenguaje cotidiano se ve inundado de máximas con aspiración al estatus de sabiduría popular: todos los políticos son iguales, todos llegan a robar, etc.
Y esto sin nombrar lo más preocupante, que la decadencia y la indiferencia acerca de nuestro rumbo como sociedad o especie nos deja desprovistos de postura política clara respecto a la pérdida de derechos, la corrupción de los administradores, el desafío ambiental, etc. En la impresión de que no tenemos el poder suficiente para cambiar la marcha de la Historia, con mayúscula, tienen una gran responsabilidad los poderes mediáticos.
Y no es que los posibles relatos sobre la emancipación dejaran de existir, al menos no en toda su extensión. Es más bien que éstos parecen regresar al territorio de la romántica virginidad del sueño poético. Hablamos de un viejo problema psicoanalítico, un temor inconsciente, pero de escala sociocultural, a que la realización de una parcela de la fantasía sea el despertar a la pesadilla. Sin embargo, en esto no vemos más que un juego ideológico. Recordemos, además, que hay una distancia entre el deseo profundo y cómo imaginamos su realización.
Al final de cada ciclo, donde los mitos del capitalismo se resquebrajan, volveremos a presenciar una cruenta lucha por el relato en todos los formatos y franjas horarias. Es entonces cuando entra en juego un ámbito del saber siempre considerado estratégico: la Psicología de la comunicación política.
En tiempos recientes, las dialécticas desencadenadas en Psicología de la comunicación política regresan a ciertos aires clásicos de las ciencias políticas. Voces, muchas académicas, que denuncian la necesidad de construir una re-llamada al espíritu ilustrado que intentó poner fin a los mitos. Es decir, desencantar la realidad capitalista en la deconstrucción matemática, racional, de las dañinas mitologías que tanto peso conservan en la forma como nos apropiamos cada día de la materialidad.
Así, las narrativas políticas que se desenvuelven en claves intelectuales argumentan que el crecimiento no puede ser infinito, que no hay un “gran otro” simbolizado en el mercado con el poder suficiente para regular todos los aspectos de la vida social y que los individuos, nosotros y nosotras, no podemos alcanzar plenitud vital alguna en el desenfreno prometido por los dispositivos del consumo.
Naturalmente, las narrativas políticas que se desenvuelven en claves emocionales agitan representaciones identitarias que intentan identificar, mediante ingenierías del lenguaje, con valores seguros y tradicionales, una ficción ideológica que intenta restaurar al capital en la neosacralización de sus símbolos y sus mitos.
Uno de los problemas de lo anterior es que procesos que se pensaron irreversibles, como la Unión Europea, se cuestionan desde abajo. En estos años, cuando la generación nacida en democracias liberales y los Estados del bienestar se ha convertido en votante, Europa vuelve a preguntarse por la validez de sus conquistas históricas: la paz, la libertad y los derechos civiles, el progreso económico, etc.
Y no es que los posibles relatos sobre la emancipación dejaran de existir, al menos no en toda su extensión. Es más bien que éstos parecen regresar al territorio de la romántica virginidad del sueño poético. Hablamos de un viejo problema psicoanalítico, un temor inconsciente, pero de escala sociocultural, a que la realización de una parcela de la fantasía sea el despertar a la pesadilla. Sin embargo, en esto no vemos más que un juego ideológico. Recordemos, además, que hay una distancia entre el deseo profundo y cómo imaginamos su realización.
Por otra parte, deberíamos sospechar que lo anterior se acentúa cuando existen riesgos o arribamos a imprevisibles crisis financieras, cuando se encuentra la fragilidad del crecimiento económico y los ciudadanos y ciudadanas descubren cómo los terremotos del mercado dejan a los ricos aún más ricos y a los pobres todavía más pobres.Claro, una de las cuestiones relevantes es que en el instante en que los mitos del capital experimentan sus cíclicos apogeos, la clase política en el poder puede permitirse cierta mediocridad, incluso en sus estrategias de comunicación. Ahora bien, cuando buenos datos económicos están relacionados con fórmulas de corte progresista, la cuestión se complica. Dado que la reacción despliega sus relatos apocalípticos desde los medios.
Al final de cada ciclo, donde los mitos del capitalismo se resquebrajan, volveremos a presenciar una cruenta lucha por el relato en todos los formatos y franjas horarias. Es entonces cuando entra en juego un ámbito del saber siempre considerado estratégico: la Psicología de la comunicación política.
En tiempos recientes, las dialécticas desencadenadas en Psicología de la comunicación política regresan a ciertos aires clásicos de las ciencias políticas. Voces, muchas académicas, que denuncian la necesidad de construir una re-llamada al espíritu ilustrado que intentó poner fin a los mitos. Es decir, desencantar la realidad capitalista en la deconstrucción matemática, racional, de las dañinas mitologías que tanto peso conservan en la forma como nos apropiamos cada día de la materialidad.
Así, las narrativas políticas que se desenvuelven en claves intelectuales argumentan que el crecimiento no puede ser infinito, que no hay un “gran otro” simbolizado en el mercado con el poder suficiente para regular todos los aspectos de la vida social y que los individuos, nosotros y nosotras, no podemos alcanzar plenitud vital alguna en el desenfreno prometido por los dispositivos del consumo.
Naturalmente, las narrativas políticas que se desenvuelven en claves emocionales agitan representaciones identitarias que intentan identificar, mediante ingenierías del lenguaje, con valores seguros y tradicionales, una ficción ideológica que intenta restaurar al capital en la neosacralización de sus símbolos y sus mitos.
Uno de los problemas de lo anterior es que procesos que se pensaron irreversibles, como la Unión Europea, se cuestionan desde abajo. En estos años, cuando la generación nacida en democracias liberales y los Estados del bienestar se ha convertido en votante, Europa vuelve a preguntarse por la validez de sus conquistas históricas: la paz, la libertad y los derechos civiles, el progreso económico, etc.
ESTUDIAR LA CONDUCTA POLÍTICA Y SUS PROCESOS COMUNICACIONALES
Entre las “leyendas” que los poderes mediáticos pueden difundir, hasta convertirlas en rasgos insertos en la propia cultura popular, está una retorcida visión de la política como un “oficio” destinado a ciertos sujetos, la imagen del hombre, básicamente hombre, nacido en los círculos del poder. Algo alejado de la noción del ciudadano de la calle y su forma política de estar en la realidad.
Lo anterior, sin duda, hace parte de los sistemas de creencias de una parte de la población, que protagoniza esa apatía arrastrada por la marea generada en la gritería que se apodera del debate político. Es cuando vemos la mayor impunidad a la hora de despreciar aquellos factores que vienen a conformar el pensamiento progresista: desde la igualdad de derechos y la libertad cultural hasta los valores ilustrados y las teorizaciones marxianas clásicas.
Ahora despierta pasiones la violación de los valores progresistas occidentales, por parte del extremista, en las redes sociales o en los medios. Se dice cualquier cosa con tal de rentabilizar el temor y el odio por la imposibilidad del goce al que el propio mercado nos arrastra. Ahora bien, tal vez no sea muy arriesgado afirmar que la política de nuestro tiempo se ha visto inevitablemente mezclada con esa tendencia sutil hacia la locura que ha cundido en nuestra manera de vivir.
Por ejemplo, a muchos y muchas nos parece increíble que a estas alturas se esté discutiendo sobre la necesidad de leyes contra la violencia de género. A otros nos sigue pareciendo asombroso que existan normativas que consideran a la caza un deporte o a los toros un bien cultural. A esos otros también nos escandaliza que dirigentes de partidos del establishment sigan refiriéndose a las fuerzas progresistas como “radicales de izquierda” mientras coquetean con auténticos radicales de derecha. Todavía más asombroso nos parece que existan administraciones que nieguen el cambio climático. La lista que revela cierto problema difuso de cordura colectiva podría hacerse infinita.
Siendo así las cosas, tampoco cabe duda de que es necesario profundizar en el estudio o análisis de esa dimensión político-ideológica que tienen los actos humanos. Puede que así sepamos articular mensajes que actúen eficientemente cuando nos llegan discursos que proponen el reflejo trastornado como respuesta a un deseo implantado que no logramos satisfacer.
La inconformidad e incertidumbre causada por la dirección que parece seguir la Historia no necesariamente debe traducirse en una re-llamada a la respuesta básica, desublimada, que ruge desde lo profundo de nuestra subjetividad. La salida suelen ser las alternativas viables e imaginativas que saben estudiar críticamente al pasado, no las rupturas radicales.
Lo anterior, sin duda, hace parte de los sistemas de creencias de una parte de la población, que protagoniza esa apatía arrastrada por la marea generada en la gritería que se apodera del debate político. Es cuando vemos la mayor impunidad a la hora de despreciar aquellos factores que vienen a conformar el pensamiento progresista: desde la igualdad de derechos y la libertad cultural hasta los valores ilustrados y las teorizaciones marxianas clásicas.
Ahora despierta pasiones la violación de los valores progresistas occidentales, por parte del extremista, en las redes sociales o en los medios. Se dice cualquier cosa con tal de rentabilizar el temor y el odio por la imposibilidad del goce al que el propio mercado nos arrastra. Ahora bien, tal vez no sea muy arriesgado afirmar que la política de nuestro tiempo se ha visto inevitablemente mezclada con esa tendencia sutil hacia la locura que ha cundido en nuestra manera de vivir.
Por ejemplo, a muchos y muchas nos parece increíble que a estas alturas se esté discutiendo sobre la necesidad de leyes contra la violencia de género. A otros nos sigue pareciendo asombroso que existan normativas que consideran a la caza un deporte o a los toros un bien cultural. A esos otros también nos escandaliza que dirigentes de partidos del establishment sigan refiriéndose a las fuerzas progresistas como “radicales de izquierda” mientras coquetean con auténticos radicales de derecha. Todavía más asombroso nos parece que existan administraciones que nieguen el cambio climático. La lista que revela cierto problema difuso de cordura colectiva podría hacerse infinita.
Siendo así las cosas, tampoco cabe duda de que es necesario profundizar en el estudio o análisis de esa dimensión político-ideológica que tienen los actos humanos. Puede que así sepamos articular mensajes que actúen eficientemente cuando nos llegan discursos que proponen el reflejo trastornado como respuesta a un deseo implantado que no logramos satisfacer.
La inconformidad e incertidumbre causada por la dirección que parece seguir la Historia no necesariamente debe traducirse en una re-llamada a la respuesta básica, desublimada, que ruge desde lo profundo de nuestra subjetividad. La salida suelen ser las alternativas viables e imaginativas que saben estudiar críticamente al pasado, no las rupturas radicales.
Persiguiendo estos objetivos se ha puesto en marcha el programa en Psicología de la comunicación política de la Fundación UNED (Universidad Nacional de Educación a Distancia), en su segunda edición. Una formación con espíritu crítico que pretende una utilidad real para los interesados y estudiosos del “mensaje y el proyecto político” como medida de realidad y cordura, en medio de este tiroteo de mensajes breves en que se ha convertido la comunicación y el juego político.
MATRÍCULA ABIERTA - CURSO EN PSICOLOGÍA DE LA COMUNICACIÓN POLÍTICA DE LA FUNDACIÓN UNED